03 Oct
03Oct

Por Juanita Barú


A la ahora autoproclamada abogada y periodista Gina Caballero Martínez se le ha dado por jugar a la inquisidora de barrio, disfrazando de oficio lo que no pasa de ser la vieja maña de la malquerencia. Desde su esquina digital, cada noticia que sale de la Alcaldía la pasa por el colador de su rencor personal, condimentándola con la sazón amarga de la extorsión camuflada y la vendetta política que tanto le gusta vender como “periodismo”.  
Y me río, porque la conozco. 

A Gina la crucé en aquellos años donde ambas nos revolcábamos en aguas turbias: ella con un periodista casado, yo con un locutor comercial que se creía estrella de cabina. Éramos concubinas solidarias, paños de lágrimas la una de la otra, confiadas de derrotas emocionales con la copa en la mano. Hoy ella juega a la fiscal del honor ajeno, como si de la noche a la mañana la toga le hubiera lavado las culpas.

El tiempo de las sorpresas. Yo vivo en otro país, dedicado a mis negocios, mientras ella insiste en hacer mandatos políticos con disfraz de prensa. Y ahí es donde me atrevo a decirle, de mujer a mujer: Gina, hilar tan delgado con asuntos de poder es peligroso. No porque seas temida, sino porque eres predecible.

Te lo advierto: cuando un medio se convierte en megáfono de vituperios ajenos, deja de ser periodismo y pasa a ser simple negocio de esquina. Tú lo sabes, porque lo practicas.

Lo nuestro fue historia conocida, un capítulo que debería hacerte reflexionar en vez de seguir jugando al titiritero de micrófono y código penal. Que no se te olvide, Gina: las máscaras se caen, los favores se cobran, y la memoria —sobre todo la memoria de quienes compartimos tus noches de concubinato y tus llantos de amante furtiva— es más larga que tu currículum inventado.

Aquí lo dejo escrito, con nombre propio y sin eufemismos. Porque al final, Gina, la diferencia entre tú y yo es simple: yo cuento la verdad, aunque duela. Tú, en cambio, las tergiversas, aunque paguen por ella.

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