Por Thomas de Iriarte
En esta Cartagena de Indias, donde el sol azota con justicia y las olas murmuran verdades antiguas, ¡he aquí que despiertan los dormidos tribunos! Sí, esos mismos que, por tres décadas largas y holgazanas, dejaron que la delincuencia hiciera nido y la impunidad alzara trono. ¡Qué curioso es el arte del silencio cuando conviene, y qué escandaloso el bramido cuando se huele campaña!
Que uno que otro edil, tras lustros de modorra, descubre ahora que la ciudad merece seguridad, ¡válgame Dios! No es que esté mal, no, que toda luz, aunque tardía, algo alumbra. ¿Pero por qué ahora? ¿Por qué no cuando los barrios eran territorio de nadie, y los parques, selva de machetes y pólvora?
Durante ese largo invierno —más largo que los cuentos de neveras— ni el canto del gallo ni el clamor del pueblo lograron arrancarles una moción, un debate, un papelito siquiera. ¡Y ahora sí! ¡Ahora todos quieren vestirse de justicieros, con capa de transparencia y antifaz de moral!
Mas no han leído, ni escuchado, ni siquiera hojeado los planos que el gobierno actual ha trazado con tiza firme. Ni una estrategia, ni una inversión, ni un convenio han comprendido. Pero igual opinan. Como loros con diploma, repiten sandeces que en las esquinas se evaporan con el sol del mediodía.
¡Oh noble ignorancia vestida de denuncia! ¡Oh politiquería de puya ojos y lengua floja! ¿Desde cuándo la charlatanería fue sinónimo de vigilancia? ¿Desde cuándo los aires de campaña sustituyen al juicio, la lectura y el análisis? ¿No sabe usted, señor opinador de feria, que la policía no se fortalece con discursos, sino con presupuesto? ¿Que el orden no se impone con memes, sino con planificación?
Se necesita un ego del tamaño de la India Catalina para pensar que sus alaridos solitarios, sus frases huecas y sus poses de inquisidor en quiebra pueden eclipsar la gestión de quien, con menos bulla, más hace.
Deje de actuar como bufón en pleno cabildo, que la risa ya no es con usted, sino de usted. La ciudad no es telón para sus dramas personales ni mercado para su ego herido. ¡Cartagena no es su caballito de batalla!
Dedíquese una mirada. Un estudio. No entendido. Porque lo que no aprendió en sus años como concejal de libreta y cauchito, difícilmente lo entenderá ahora, cuando la historia lo dejó en la banca. ¿O es que no se ha dado cuenta que nadie lo escucha? ¿Que sus palabras rebotan como coco seco en calle empedrada?
Y lo peor: con su verbo torcido, pone en peligro lo que a tantos ha costado salvar. ¿Hablar mal de su ciudad para ganar votos? ¡Eso, señor mío, no es política: es traición con moño!
Así que si de seguridad quiere hablar, comience por guardar silencio. Y si quiere ser concejal, empiece por parecerlo.
Como diría Iriarte, si no es con razón ni virtud que pretende alzar vuelo, terminará estrellado, como tantos cucaracheros en farol nuevo.