19 Sep
19Sep

Por Pedro Román del Castillo

En esta tierra de contrastes, donde el poder económico decide quién asciende y quién se desploma, Colombia ha visto desfilar una serie de esperpentos mediáticos fabricados en laboratorio. Entre ellos, uno de los más visibles es Luis Carlos Vélez, periodista que se convirtió en protagonista más por sus desplantes que por sus méritos.

RCN, esa empresa que alguna vez fue estandarte de la comunicación privada, terminó resintiéndose bajo el peso de directrices erráticas y egos inflados. Vélez, que estuvo varios años en la cadena de las tres letras, fue parte del naufragio: sus choques permanentes con directivos lo hicieron salir por la puerta de atrás, “como perro apaleado”, diría la jerga popular.
Su soberbia, constante y corrosiva, lo ha llevado a conflictos que traspasan lo profesional. Uno de los episodios más grabados fue su altercado con la entonces ministra de Agricultura en los inicios del gobierno Petro, donde no sólo faltó al decoro, sino que puso en entredicho la ética periodística y el respeto que debe regir el debate público.

El disfraz de la “verdad”

Vélez se autoproclama adalid de la verdad. En sus redes sociales se lanza con desparpajo contra quien no comulgue con sus opiniones. El más reciente blanco fue el alcalde de Cartagena, Dumek Turbay, a quien tildó de tibio por no haber viajado a Washington. Detrás de la crítica se percibe un tufillo personal: Vélez no le perdona al mandatario la decisión de desmontar los privilegios alrededor de Café del Mar, negocio vinculado a la familia de su esposa y cuestionado en su momento por prácticas contrarias al trabajo digno consagrado en el artículo 25 de la Constitución Política, que garantiza condiciones justas y equitativas para los trabajadores.
Cuando un periodista actúa con ese doble rasero —aplaudiendo lo conveniente y atacando lo incómodo— no ejerce periodismo: ejerce revancha.

Las sombras de su temperamento

Más allá de los micrófonos, una fuente cercana a su círculo familiar me reveló lo que muchos callan: su soberbia desbordada suele transformarse en maltrato verbal contra mujeres de su entorno. Aquí es donde la situación trasciende de lo anecdótico a lo legal. El artículo 42 de la Constitución protege la armonía y dignidad en la familia; la Ley 1257 de 2008, por su parte, establece medidas de prevención y sanción frente a la violencia contra la mujer. No se trata de meras “diferencias de carácter”, sino de conductas que, de confirmarse, configuran faltas graves en un Estado social de derecho.

El esperpento mediático

Rodrigo de Triana, aquel vigía que gritó “¡Tierra a la vista!”, habría encontrado en Vélez un personaje digno de señalar como metáfora de lo que se avizora en el horizonte de los medios: periodistas promovidos no por su rigor, sino por el beneplácito de los grupos económicos. Vélez no es una excepción, es un síntoma.
RCN se quebró no sólo por los caprichos empresariales, sino también por abrir micrófonos a quienes confundieron periodismo con egolatría. En ese espejo se refleja Luis Carlos Vélez: un soberbio compulsivo, un maltratador en potencia, un hombre que, en vez de construir, se ha dedicado a derribar la credibilidad de la profesión.
En un país donde la libertad de prensa es un bien preciado, pero no ilimitado, queda claro que el periodismo no puede ser excusa para la violencia, la revancha ni el insulto disfrazado de análisis. Y menos cuando el derecho —ese faro olvidado— ya ha dicho lo suyo: la dignidad humana es inviolable (artículo 1 de la Constitución), y ningún periodista, por más pantalla que tenga, puede pisotearla.


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