Por Juanita Barú
Hay farsantes que dicen mentiras por oficio, y otros que dicen mentiras por placer. Pero existe una clase más refinada: la de aquellos que mienten para fingir que son perseguidos. A esa noble categoría pertenece el insigne Jovanny Bustos, autoproclamado mártir del periodismo y víctima universal de los “poderes oscuros”, quien se cree perseguido por personas que lo ayudaron, y que después aparece como víctima de una obra de teatro que el mismo se inventó.
Desde sus propios perfiles —a través de medios de pacotilla tan creíbles como una moneda de chocolate— Jovanny Bustos se presenta como el incomprendido del siglo XXI. Dice que lo censuran, que lo calumnian, que le cierran las puertas… pero nunca menciona que esas puertas las derribó él mismo a punta de insolencias, torpezas y escándalos.
Y ahí aparece ella, su fiel escudera de redes, subiéndole el volumen al chisme con la histeria propia de una plaza de mercado. “¡Pobrecito!”, “¡lo están atacando!”, “¡la envidia lo persigue!”… dicen los coros de incautos que todavía compran el show. Pero no, mi ciela: no lo persiguen, lo botan. No lo calumnian, no lo atacan, simplemente es su personalidad de delincuente.
Porque si algo sobra en la tragicomedia de Jovanny Bustos son los capítulos vergonzosos. En el Instituto Municipal de Cultura y Turismo de Bucaramanga, donde trabajó en 2023, dejó tras de sí más dudas que resultados. Y como los malos hábitos no se mudan, en 2024 repitió escena en el Ministerio del Deporte, de donde salió señalado por acoso —y no precisamente laboral—. ¡Qué ironía! quien presume de “comunicador social” terminó siendo comunicador de conflictos.
Pero el relato no termina allí. En el IPCC, en el Reinado Juvenil de Cartagena, y hasta con la reina popular Ximena Padilla, volvió a esparcir el veneno del rumor y la intriga. Lo que toca, lo pudre. Lo que alaba, lo usa. Lo que critica, lo envidia. Y ahora, como si fuera poco, su nueva víctima es la siempre recordada Yeimy Paola Vargas, a quien señala por un supuesto certificado expedido —¡otra vez!— por el Instituto de Bucaramanga.
El señor Bustos ha hecho de la calumnia un deporte olímpico y de la victimización una religión. Se presenta como un cruzado de la verdad, cuando en realidad es su profanador más insistente. Tira la piedra, borra el chat y luego se santigua frente al espejo. Vive de la farsa como otros viven del aire: sin ella se asfixiaría.
Su “verdad” nace en los reels y muere en los comentarios. Allí se erige como el santo varón del drama, con los ojos al cielo y la conciencia al suelo, jurando que la “gente es mal pensada” y que “la envidia no lo deja vivir”. No, Jovanny, no es envidia: es asco ilustrado, el que provoca ver a un hombre consumido por su propio reflejo, obsesionado con su hermana y con los hombres que lo ignoran.
Usted no es el guardián de la moral, es el payaso principal del circo de la hipocresía, un actor de cuarta que se creyó predicador. Predica decencia mientras cobra víctimas. Defiende la verdad mientras la retuerce. Exige respeto mientras siembra difamación. Y lo más trágico: hay quien todavía le compra la entrada a su función de lamentos.