Rodrigo de Triana
A Uriel de Arco hay que hablarle claro, sin tapujos ni eufemismos, como corresponde a los que han hecho del chantaje su bandera y del fracaso su pedestal. Porque ya basta de esa pose altiva, de ese disfraz de financista de boutique con el que pretende maquillar la ruina de su expediente público. Uriel, tú no eres un crítico ni un líder de opinión: eres un extorsionista más en la larga lista de oportunistas que parasitan el erario.
¿De qué vive Uriel? De insinuaciones, de mensajes cifrados que huelen una amenaza, de publicaciones envueltas en el celofán de la “denuncia”, pero que en realidad son carnadas para que algún incauto le pague su silencio. No hay causa, ni ética, ni verdad: solo cálculo, cobardía y hambre disfrazada de cruzada moral.
Porque no se puede olvidar que Uriel fue un funcionario público mediocre, de aquellos que ocupan una silla sin dejar huella, salvo por el sueldo que cobraban con puntualidad británica. Según el artículo 6º de la Ley 734 de 2002 (Código Disciplinario Único) , los servidores públicos tienen el deber de actuar con transparencia, legalidad e imparcialidad. Pero Uriel olvidó eso —si es que alguna vez lo supo—, y ahora se dedica a saltar de medio en medio, de chat en chat, susurrando venenosas amenazas disfrazadas de "consejo".
Su modus operandi es simple: te nombra entre líneas, insinúa escándalos, te etiqueta sin pruebas, y luego aparece ofreciendo “acuerdos”, “borradores de réplica” o, en el peor de los casos, “publicidad solidaria”. Esto, en los términos de la Ley 1474 de 2011 (Estatuto Anticorrupción), puede interpretarse como extorsión informativa , una práctica en la que se usa un medio para obtener dinero o favorecer un cambio de no dañar la imagen pública de alguien.
Pero lo más indignante no es su estrategia de arrabal, sino la impunidad con la que se pasea, como si su micrófono fuera una espada de justicia. ¡Falso! Su pluma no escribe verdades: redacta tarifas. Y lo sabe él, lo saben los que han pagado su silencio, y lo sabemos los que no nos arrodillamos ante sus mensajes intimidatorios.
La libertad de prensa no puede ser escudo de delincuentes. El artículo 20 de la Constitución Política de Colombia consagra la libertad de expresión, sí, pero también impone límites: no hay derecho a calumniar, a injuriar ni a chantajear. Y lo que hace Uriel, día tras día, es un delito con pretensiones de columna.
¿Dónde están las autoridades? ¿Dónde están los jueces y fiscales? ¿Hasta cuándo este país seguirá confundiendo periodismo con panfleto y opinión con extorsión?
Uriel, tú no eres periodista. Eres una réplica de esos personajes oscuros que viven del rumor y mueren cuando se prende la luz de la verdad. Eres, en esencia, un fracaso con el micrófono. Y esa verdad no te la borra ni tu fan page ni tus pantomimas de indignado.
Porque al final del día, como decía un viejo jurista: “la calumnia es el arma de los cobardes y la toga de los farsantes”.