Por Arturo Bucheli
En Cartagena —ese lugar mágico donde los políticos a veces razonan con menos tino que una iguana en una autopista— el drama de los pseudo líderes ardidos se representa todos los días, como esas malas obras de teatro que nadie quiere ver, pero igual obligan a soportar.
Protagonizan esta tragicomedia dos personajes de lujo: Javier Julio Bejarano, alias "la viejita chismosa", y Antonio Correa, conocido en los bajos fondos legislativos como "el maestro de las pilatunas judiciales".
Bejarano, pobre alma en desgracia, no logra hilvanar una idea sin que se le enrede la lengua y el criterio.
Cada vez que intenta denunciar algo, es como si Cartagena entrara en estado de emergencia, no por la gravedad del tema, sino por la magnitud del ridículo. Su última joya: no entendió que el Festival de Música del Caribe no recibió apoyo público porque lo organizaban unos particulares que, en temas de gestión, parecían haber estudiado con tutoriales de YouTube... de los malos.
A su lado, trotando en este circo de tres pistas, aparece el senador Antonio Correa, quien sigue convencido de que TITÁN 24 es un personaje de Marvel o una agrupación de champeta. Años de legislador no le han servido para descubrir que TITÁN 24 es, en realidad, una estrategia de seguridad humana, no un grupo de paracaidistas conspiradores.
Claro que, tratándose del senador Correa, tampoco es que podamos esperar mucha dedicación al estudio: varios procesos en la Corte Suprema de Justicia le soplan en la oreja como fantasmas traviesos, recordándole aquellas andanzas y pilatunas que, por pudor ciudadano, mejor no detallamos. No vaya a ser que a alguno se le revuelva el café.
Pero eso no impide que pontifique con indignación de falsa cura, mientras Cartagena —a la que jamás ayudaron ni con una propina— intenta levantar cabeza sola, como puede.
Naturalmente, si no lograron ver lo evidente, mucho menos iban a notar que todos los indicadores de inseguridad han caído en picada, como políticos después de elecciones.
Para ellos, el caballito de batalla del sicariato sigue siendo culpa exclusiva del alcalde, como si él tuviera una varita mágica para invocar maleantes en cada esquina. Que se trata de un fenómeno estructural, una guerra nacional por el control de las drogas y el terrorismo, es un pequeño detalle que, por supuesto, sus ojos entrenados para la ceguera selectiva jamás alcanzarán a distinguir.
Después de todo, ¿Quién necesita la realidad cuando puede alimentarse de eslóganes huecos y teorías de café?
¡Señores Bejarano y Correa! Sus púlpitos naturales son el Concejo y el Congreso, no las esquinas digitales de chismoseo donde pontifican pendejadas con la misma seriedad con que un perro predica sobre filosofía.
Déjen de lloriquear en redes y pónganse a trabajar. Que para rumores, intrigas y estupideces ya tenemos suficientes influencers de medio pelo.
Y para terminar, una sugerencia gratuita: Si quieren seguir haciendo el ridículo, al menos ensayen. Que improvisado, hasta el desastre se ve más triste.