Por Juanita Barú
Se armó en Cartagena un tremendo barullo el Día de la Mujer. Un grupo de manifestantes, furiosas y determinadas, decidió que la protesta debía sentirse, verse y, sobre todo, dejar huella. Y vaya que lo hicieron: pinturas, golpes y estaciones de Transcaribe vandalizadas. Como si la lucha feminista se midiera en escombros y no en derechos conquistados. Como si romper lo público fuera la única forma de hacerse escuchar.
Cuando escuché al alcalde Dumek Turbay decir que todas esas mujeres serían judicializadas, supe que vendría el revuelo. Y claro, ahí aparecieron los discursos inflamados, los comunicados de repudio, las feministas de barricada, tratando de justificar lo injustificable. Y en medio del ruido, la esencia de la lucha se pierde: el feminismo no es violencia, es el derecho a una vida sin ella. Pero, ay, decir eso en estos tiempos es casi una herejía.Y entre tanta algarabía aparece Rubiela Valderrama. Antes, luchadora férrea por los derechos de las mujeres; ahora, una sombra de sí misma, tratando de vender un programa contra la violencia de género como si fuera una oferta de temporada. Llamadas por aquí, mensajes por allá, todo en un intento desesperado por asegurar un contrato con la Alcaldía. Un proyecto que, según ella, combatirá el acoso y la violencia contra las mujeres.
Pero resulta que la administración ya tiene sus propias estrategias: la Casa de Refugio Violeta, el Plan Titán 24, las campañas en Transcaribe, la Alerta Rosa. No son perfectos, pero existen. Y entonces, ¿qué aporta Rubiela? ¿Una causa legítima o simplemente una excusa para jugar al poder desde la Secretaría de Educación? Me cuesta no sospechar cuando la política se cuela entre las banderas feministas.
En Cartagena, la violencia de género sigue siendo una realidad. En 2024, se notificó en 186 casos, un 14% menos que el año 2023. Un dato esperanzador, aunque insuficiente. Porque más allá de cifras, lo que necesitamos es una lucha coherente, que no funda justicia con venganza ni convertir el feminismo en un arma de presión política. Como bien señaló la Defensora del Pueblo, Iris Marín Ortiz, los actos vandálicos del 8M no nos representan a todas. No a mí, por lo menos. Y ahí está el punto: las mujeres que realmente han hecho historia no necesitaron incendiar calles ni destruir bienes públicos.
Se abrió camino con ideas, con reformas, con una insistencia feroz pero inteligente. Porque la lucha feminista no es un espectáculo ni una catarsis de resentimientos personales.
Así que, querida Rubiela, si esperas que te contraten, mejor revisa tu estrategia. Porque desde la Alcaldía ya dejaron claro que aquí no se negocia con oportunistas. Mientras tanto, yo, desde mi palco VIP, te veo mover las fichas. Y sí, yo como mis palomitas.