22 Sep
22Sep

Por Rodrigo de Triana


Tal y como lo advertimos en nuestras entregas de Puya Ojos, hoy desembarcamos en la historia de un personaje que, aunque vino de la zona insular, no parece tener mar adentro, sino mareo en tierra firme. Nació en Bocachica, donde al parecer su arrogancia no cabía en las calles, y lo mandaron con un tiquete de ida hacia Cartagena.

Aquí, con libreta amarrada por un caucho y una voz de radio mal sintonizada, se estrenó como líder y veedor. Según él, un visionario. Según muchos, un hombre con audífonos de otra época, fotografías sin sentido y un libreto que mezcla más humo que sustancia. Pero eso sí, con una capacidad innegable: convertir su rareza en espectáculo.

Rafael Castro, alias el Puya Ojos, se inventó un personaje que presume en redes sociales con tanta vehemencia que hasta las medias y los calzoncillos de su outfit parecen parte de su programa de gobierno. Y aunque uno se pregunta qué relevancia tienen esas pasarelas de ropa íntima en el arte de “puya ojos”, hay que reconocerle que la excentricidad terminó por darle marca personal.
Su consigna es clara y él mismo la repite como mantra con el pecho inflado: “Rafael Castro Otero, el puya ojos que no traga entero.” Y en efecto, no se traga nada, ni las carcajadas ajenas ni la indiferencia de la administración de turno.

Ha intentado lanzarle dardos al alcalde Dumek Turbay, pero este, con más reflejos que portero de microfútbol, los esquiva con elegancia. Los ataques de Rafa no alcanzan a perforar ni un decreto, y sus transmisiones en vivo parecen más reuniones familiares: él, sus hijas y algún sobrino que se conecta por lástima.
Ante la frialdad de Turbay, cambió de presa y ahora apunta hacia la Gobernación. Yamilito, el joven gobernador, hasta tuvo que visitar al oftalmólogo, dicen por ahí, por culpa de las arremetidas oculares del hombre de Bocachica. Nuestro consejo: que se agache, que esquive, porque perder los ojos tan temprano sería un lujo que Bolívar no puede permitirse.

Y sin embargo, hay que admitirlo: Rafael Castro ha hecho de “puyar ojos” una escuela. Sus hijas y sobrinas ya entienden que esto no es simple oficio, sino un arte en toda regla. Quizás en unos años tengamos la dinastía Castro en el rubro de la incomodidad pública.
Porque, guste o no, Rafa se plantó en la arena política como esos gallos tercos que no se cansan de cantar a medianoche. Es un personaje que, aunque muchos quieran ignorar, ya dejó cicatriz: la del ojo irritado que jamás se duerme.

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