29 Dec
29Dec

Por Thomas de Iriarte

Como si el crédito público acabará de nacer esta mañana.
Como si los períodos de gracia no figuraran desde hace décadas
en los manuales que los banqueros leen
antes de prestar un solo peso.

Así declama   Uriel de Arco ,
con tono doctoral y gesto severo,
como si la ciudad ignorara lo que ya fue calculada,
auditada y aprobada con lupa de riesgo. En esta fábula cívica,
Uriel de Arco —el financista fracasado—
se presenta como oráculo del desastre,
invocando calificadoras internacionales
como quien agita espantos para suplir la falta de argumento
.
fue estructurado,
y el alcalde que viene no hereda ruinas,
sino inversiones pagadas y margen de amortización .

Aquí es donde la sátira cumple su función moral.Porque el personaje que pretende dar lecciones de solvencia
es el mismo que, en el relato simbólico,
no logró sostener su propia economía doméstica.
Tan precario fue su equilibrio personal
—dice la fábula, no el acta notarial—
que hasta la compañera de camino
abandonó el hogar cuando ya no alcanzaba
ni para el pasaje de Transcaribe .

No es chisme: es alegoría.
No es injuria: es moraleja.

Iriarte lo habría dicho sin anestesia:
quien no pudo pagar el trayecto corto
difícilmente entiende los recorridos largos.
Y quien quebró en lo pequeño
suele exagerar el riesgo de lo grande
para ocultar su incapacidad de leer el contexto. Por eso el pueblo —siempre más pedagógico que el discurso ampuloso—
le puso sobrenombre al personaje:   “Uriel Peaje” ,
porque cobra miedo en cada frase
y levanta barreras donde debería haber análisis. La ciudad, entretanto, no necesita
financieros del pánico ni contables del desastre,
sino debate serio, cifras completas
y menos egos disfrazados de prudencia.

Moraleja final:
cuando el miedo se convierte en negocio retórico,
es señal inequívoca de que el argumento ya quebró.

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