David de Logreira
Hay quienes llegan al poder por elección popular, pero se comportan como si hubieran comprado el cargo en una subasta de ambiciones. Tal es el caso del actual edil —sí, ese que por años se lucía como animadora de festivales del frito, el pastel y el dulce cartagenero— y que hoy, sentado en una curul que debería representar dignidad, la ha convertido en caja registradora.
Se le olvida —o finge olvidarlo— que ya no es el locutor folklórico de micrófono ligero. Hoy es edil. Pero actúa como gerente de una empresa informal que tiene por objeto único satisfacer sus propios apetitos económicos. Se le nota. Se le huele.
La figura del conflicto de intereses no le resulta lejana. Por el contrario, la encarna con descaro. Ya lo diría mi abuela con sabiduría criolla: es el ratón cuidando el queso. Un queso que, en este caso, representa contratos, comisiones, favores y una cadena de negocios turbios disfrazados de gestión cultural.
Un pajarito indiscreto —de esos que vuelan sobre las plazas y escuchan tras los cortinasjes del poder— cuenta que la “Corporación Señales de Humo” y la “Fundación Jagueyes” fueron durante años las fachadas perfectas para capturar la contratación de los festivales cartageneros. Allí, el señor Aguirre, mejor conocido como el buzo, no por sus virtudes marinas sino por su habilidad para sumergirse en los recursos públicos, se embolsilló más que aplausos.
Pero la avaricia no tiene fondo. La codicia, cuando es ciega, siempre conduce al desastre. Y Aguirre no sólo cruzó la línea, sino que la borró: cobros de comisiones, ventas irregulares de licor, fraudes en facturación, sobrecostos descarados, incumplimientos a artistas y maltratos a los mismos que alguna vez le aplaudieron. ¿Resultado? Quejas en cascada. Los primeros fueron sus colegas periodistas, luego vinieron los artistas, las matronas, los patrocinadores. Todos con la misma historia: el festival ya no era una celebración cultural, sino un festín privado.
Pero hay más. Porque el descaro nunca viene solo. Hoy, el buzo parece nadar en aguas aún más turbias: presionado por su socio político, nada menos que un exalcalde cuyo patrocinio electoral no fue gratuito, Aguirre busca a toda costa cómo cumplir con la deuda adquirida para llegar a donde está. El pacto de “te ayudo, pero me pagas” se ha convertido en una soga al cuello. Y como quien se ahoga en su propia ambición, acude al desespero del bolsillo, buceando contratos, gestionando eventos fantasmas y rascando presupuestos donde no debe, con tal de cumplirle al padrino político que le exigió “el retorno de la inversión”.
¿Y la Procuraduría? ¿Y la Fiscalía? ¿Hasta cuándo la ciudadanía va a tolerar que la dignidad del servicio público sea pisoteada por personajes que solo visten el traje del pueblo para engordar su cuenta bancaria?
La historia sigue… pero ya huele a capítulo final. Y ojalá que ese final esté escrito con justicia.