08 Oct
08Oct

Por Rodrigo de Triana


En los anales de la República, pocas veces la imprudencia se viste con el ropaje de la elocuencia pública. Y menos aún cuando quien la pronuncia no ostenta cargo oficial, sino apenas el reflejo del poder, ese resplandor vicario que se desprende de las altas esferas del Estado y que, mal administrado, enceguece. La señora Diana Osorio Physco, pareja sentimental del presidente de la Agencia Nacional de Infraestructura, Dr. Óscar Torres Yarzagaray, ha decidido hacer de la plaza pública un tribunal, y del rumor, una sentencia.

Según versiones difundidas, la mencionada señora arremetió contra el alcalde de Cartagena, acusándolo —sin prueba ni soporte— de haber ausentado de más de veinte reuniones destinadas a socializar el proyecto del nuevo aeropuerto de la ciudad. Una afirmación que, por su temeridad, no solo roza el terreno de la injuria, sino que podría encontrar asidero en los linderos del artículo 220 del Código Penal, cuando la palabra desborda la verdad y mancilla el buen nombre de un servidor público.  
El Derecho —que es prudencia escrita— enseña que toda afirmación pública debe sustentarse en prueba fehaciente. No hay licencia para la ligereza cuando lo que está en juego es la honra ajena y el interés general. Si la señora Osorio desconoce este principio, bien haría en recordar que el poder delegado no convierte la opinión privada en verdad institucional, ni la relación sentimental en fuero.

Mientras tanto, el alcalde —quien desde su posesión ha manifestado su respaldo al proyecto aeroportuario, obstruido más por los laberintos burocráticos de Bogotá que por falta de voluntad local— sigue en la tarea de destrabar los nudos que por años han postergado el desarrollo de la terminal aérea. En su gestión hay trazos de paciencia institucional, no de negligencia.  
Si el Derecho sirve para algo —además de poner límites a la arbitrariedad—, es para recordar que la palabra, cuando no se mide, puede devenir en delito. Y que en este país donde el linchamiento verbal se confunde con el debate, la prudencia es un acto de grandeza.

Por eso, a la señora del presidente de la ANI bien podría advertírsele, con el tono solemne de la toga:  
“Quien se extralimita en su voz, se arriesga a responder con su nombre”.

Y el pueblo, que no olvida, bien sabrá distinguir entre la crítica legítima y la lengua ligera. Porque el respeto —como el aeropuerto— también requiere de pistas firmes para poder despegar.

Comments
* The email will not be published on the website.