14 Sep
14Sep

Por Juanita Barú

Nacida en las profundidades del suroriente cartagenero, donde el sol pega más duro y la vida se hace con las uñas, Jaqueline Perea Blanco supo treparse en el árbol político de la ciudad como quien escala un mangle: con paciencia, maña y sin miedo a ensuciarse de lodo. Hoy, con pasaporte sellado en Europa y en los Estados Unidos, la mujer presume en redes sociales las mieles del éxito, mientras Cartagena se rasca la cabeza preguntándose: ¿y esta de dónde salió tan iluminada?

La consagración: Reina de la Bienestarina

No es poca cosa lo suyo. En el zoológico de la burocracia criolla, Jaqueline logró un título que ni los doctores más encopetados de la administración pública pudieron arrebatarle: la Reina de la Bienestarina. Fue en el programa Familias en Acción donde, con la destreza de una alquimista, convirtió el suplemento infantil en el oro de sus hazañas políticas. Los rumores —que aquí no confirmamos, pero tampoco negamos— la sitúan repartiendo cucharadas de bienestarina como quien reparte coronas de laurel: unas para sí, otras para los suyos, y todas para alimentar el mito.

El arte de dejar tonto

No contenta con su fama, Jaqueline se graduó como la más destacada 'puya ojos' de Cartagena. Con mirada filosa y verbo afilado, intentó dejar bizco al actual alcalde, quien por fortuna aprendió a guiñar a tiempo y la sacó de su corte. Eso sí, no sin antes comprobar que, tras ese disfraz de dama anticorrupción y discurso reluciente, se escondía la táctica más vieja del manual: el camuflaje perfecto del cazador que sonríe mientras apunta al corazón.

Aspiraciones y conexiones

De la mano del siempre recordado José Julián Vásquez, Jaqueline afinó sus puntos de pescadora política. Hoy, no sorprendería verla saltar del muelle cartagenero al Senado, de la misma forma que los delfines saltan al aplauso de turistas en Bocagrande. Eso sí, convendría advertirle al primo Manolo Duque: mejor unas gafas negras bien gruesas o, en su defecto, una careta de cuero, porque cualquiera puede caer víctima de una puyada ocular inesperada.

Una advertencia necesaria

No hay que perderla de vista, aunque mirarla de frente sea un riesgo. Jaqueline es de esas mujeres que no necesitan espada ni armadura: con un arpón invisible pesca desprevenidos y los deja viendo estrellitas. Y lo peor (o lo mejor, según a quién le toque) es que lo hace con la sonrisa de quien parece estar dándote un abrazo.
Así que celebraremos a nuestra querida Jaque, esa mujer que se mueve en la política cartagenera como pez en agua turbia. La misma que, con un guiño o una mirada torcida, es capaz de ganarse la confianza… y la desconfianza del medio mundo. Una dama que, entre cucharadas de bienestarina y viajes internacionales, nos recuerda que en esta ciudad los títulos no se ganan en la universidad, sino en la plaza pública: y ella, sin duda, ya se ganó el suyo.

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