Por Rodrigo de Triana
Agustín Leal —esa figura de salón que juega a Sim City con la lengua— vive convencido de que una diatriba en redes equivale a una licitación adjudicada y que un hilo en X es tan vinculante como el Plan de Ordenamiento Territorial . Nada más lejos de la legalidad y, por supuesto, de la cordura.
La Ley 388 de 1997 exige que toda visión de ciudad se plasma en instrumentos técnicos, con estudios de impacto, cartografía y participación comunitaria. Tú, Agustín, no presentas ni un croquis en servilleta. Y si crees que tus autopistas aéreas y tus castillos góticos caben en un tuit, te recuerdo que el artículo 42 de la Ley 152 de 1994 obliga a demostrar viabilidad financiera y responsabilidad fiscal antes de prometer un bombillo de colores.
Pero tu erudición de pacotilla desconoce esos detalles “menores”; al fin y al cabo, el Monopoly no tiene Secretaría de Hacienda.
Quien dirige la cosa pública debe, según el artículo 209 de la Constitución , ajustar su actuar a los principios de eficiencia y transparencia. Tú, en cambio, te limitas a pontificar desde la hamaca, invocando drones y estaciones espaciales como quien receta agua con azúcar para curar la deuda pública. Cuando te piden poner la firma, huyes con el mismo brío con que un gato huye del agua.
Ahí entra el artículo 34 de la Ley 734 de 2002 (Código Disciplinario Único) , que sanciona a los servidores —y asesores externos— que, por acción u omisión, embaucan a la administración con ideas inviables y terminan chupando del presupuesto sin entregar un ladrillo.
Si, por un arrebato de locura, alguien te entregara un rubro del erario para tus quimeras, el artículo 90 de la Constitución te caería como una guillotina: el Estado repetirá contra ti todo daño patrimonial que provoca con tus delirios de “ciudad gótica”. Y no habrá capa de superhéroe ni espada de matachín que te salven de la Ley 80 de 1993 y sus inhabilidades por detrimento.
Malgastar la paciencia ciudadana con catilinarias vacías no es delito —la libertad de expresión del artículo 20 te ampara—, pero sí es, cuando menos, una indecencia frente a quienes se parten el lomo asfaltando llamadas reales. Pregúntate, Agustín, cuántos metros de alcantarillado han nacido de tu teclado. La respuesta cabe en la punta de ese alfiler donde sigues contando ángeles mientras la ciudad, de carne y polvo, espera soluciones.
Despierta, corronchazo: pisa los charcos, huele la podredumbre de los colectores rebosados, y descubre que la planeación urbana no se decide con emoticones. Cuando al fin descubres que gobernar no es “decretar” desde una historia, tal vez —solo tal vez— te gana el derecho a discutir cuántos ángeles caben en el alfiler. Mientras tanto, tus sermones seguirán confinados a esos portales ignotos donde el lector, cansado del ruido, abandona al primer párrafo y corre a trabajar… cosas de verdad.