Por Tomás De Iriarte
Érase una vez, en la ciudad de Cartagena, una partitura en construcción. A cada compás, la batuta del alcalde Dumek Turbay buscaba orquestar el desarrollo de una urbe cargada de notas mal escritas por administraciones pasadas. Los pentagramas polvorientos de viejos problemas —infraestructura, cultura, espacio público— empezaban a sonar con nuevos acordes. Y aunque aún había desafinaciones, el ritmo era otro: el del trabajo continuo, no el del escándalo por escándalo.
Pero no faltó quien, creyéndose Mozart de la protesta, se dedicará a emitir acordes de descontento sin sostén armónico ni conocimiento de contrapunto administrativo. Ese personaje no es otro que Luis Alberto Jerez Zurita, músico de profesión y vocero del berrinche cíclico, quien ahora vocifera contra toda obra o acción sin reparar en la verdad o la lógica. Crítico sin partitura y batallador sin partitura, suena más a triángulo mal golpeado que a sinfonía crítica.
Este personaje —que ha recorrido, como saltimbanqui de la cultura, todas las oficinas posibles del Distrito y del Departamento— parece hoy molesto no por lo que no se hace, sino por lo que no se le dio. La ausencia de contratos, cargos o favores ha convertido sus redes sociales en un escenario de quejidos y falacias, donde se rasga las vestiduras como si fuese mártir de la gestión pública. Pero ¿qué es un mártir sin causa? Un resentimiento con micrófono.
Su figura, lejana al músico comprometida con el arte y cercana al activista de ocasión, no es nueva en estas partituras políticas. Su paso por la Junta de Bellas Artes no dejó obras memorables, salvo sus constantes intentos de convertir la cultura en botín. Su pobre votación al concejo no fue sino la crítica del público a quien no conecta ni con las bases ni con la élite, ni con el do ni con el re.
Y así, como en las fábulas de antaño, donde el burro rebuznaba al ver tocar el violín, este músico frustrado por el eco de su propio silencio electoral ha decidido convertirse en crítico del concierto que no lo invitó al escenario. Pero cuidado, que al que canta sin oído y grita sin pruebas, se le cae la voz ante el tribunal de la sensatez.
La Cartagena que sufre y lucha no necesita más lamentos sin letra ni análisis, sino ciudadanos que sumen, no que se quejen porque el festín no les sirvió mesa.
Moraleja: No por sonar fuerte, músico eres, ni por criticar, razón posees. Quien del arte hace negocio, termina en la historia... sin aplauso ni oficio.