Por Rodrigo de Triana
Cartagena tiene su propia realidad política, con libretos que harían sonrojar a los más hábiles guionistas del Caribe. Esta vez, el protagonista es el concejal Javier Julio Bejarano, quien al parecer decidió quitarse la máscara en un audio que se ha regado por las redes con más rapidez que el chisme de mercado.
En la grabación, que ya circula como pan caliente, Bejarano —con voz que no deja lugar a dudas— lanza una serie de insinuaciones que, más que preocupaciones legítimas por el actuar del alcalde Dumek Turbay, suenan a advertencias veladas, casi al estilo de un cobrador del gota a gota. Habla de investigaciones, de presiones, de “hacer lo que toca” si no hay “atención”. Todo dicho en un tono que recuerda más a los consejos de un capo de barrio que a un representante del pueblo.
Y aquí es donde vale la pena encender las alarmas jurídicas, porque lo que parece una rabieta disfrazada de control político podría encajar en figuras penales como constreñimiento ilícito (Art. 185 del Código Penal Colombiano) , o incluso cohecho impropio (Art. 405) si se prueba que el concejal busca un beneficio a cambio de dejar de ejercer presión sobre la administración.
No es descabellado tampoco hablar de un posible tráfico de influencias (Art. 411) , si se confirma que sus pretensiones de acceder a OPS o contratos tienen como trasfondo el pago de favores personales o saldar deudas con sus propios fantasmas económicos.
Lo más patético del asunto es que Bejarano ni siquiera se esfuerza en disimular. Ya es vox populi que su nombre se escucha más en pasillos donde se gestiona burocracia, que en escenarios donde se debate ciudad. Es el típico concejal que llegó con discurso de renovación, pero se oxidó antes de estrenar curul. El que dijo que venía a combatir la politiquería y terminó convertido en un operador de intereses que parecen más personales que los colectivos. Y es que no hay peor enemigo para la democracia que el disfraz del demagogo.
Bejarano ha sabido moverse con la bandera del control, pero lo que ejerce es un chantaje institucional disfrazado de veeduría , un juego sucio que erosiona la confianza ciudadana en sus instituciones y vuelve el Concejo en una plaza de trueques, y no de ideas.¿Qué sigue? Esperamos que la Procuraduría y demás órganos de control no miren para otro lado. Porque si bien un audio no equivale a una sentencia, sí es indicio grave que amerita una indagación formal.
Y si se comprueba que ese concejal ha usado su investidura para negociar favorece un cambio de silencio, entonces que le caiga todo el peso de la ley... y de la dignidad que le debe a los cartageneros.
Como diría mi abuela: “Dime de qué alardeas y te diré de qué careces”. Bejarano alardeó de moral, y hoy solo exhibe el triste espectáculo de quien cambia su curul por cuotas. Un payaso sin gracia, en una comedia sin aplausos.— Rodrigo de Triana ,
Cronista del desengaño y escudriñador de los que se creen intocables.